Conducir Lloviendo

Yo me gano la vida conduciendo. Y os puedo asegurar que no hay nada que invite mas a pensar en cosas profundas que ocho horas mentido en un vehículo, con los limpiaparabrisas funcionando. Me deprime.

Para empezar, todo adquiere un color diferente. Las farolas de la calle brillan de una manera rara. Como si con su luz, intentaran recuperar la falta de colores producida por la lluvia. Encima la luz se refleja de una forma rara en las gotas, donde no llegan las escobillas del limpiaparabrisas. He estado acompañado toda la tarde por unos sonidos monótonos y repetitivos. El plic-plic de las gotas de agua en el techo y el sonido de la goma arrastrándose por el cristal, a una cadencia de treinta veces por minuto. Repetitivo y monótono.

Encima no ves nada por los espejos. Y eso no ayuda mucho.
Los espejos, a la que caen cuatro gotas se empañan y tienes que doblar las esquinas a tientas, pendiente de escuchar el ruido de un coche al ser aplastado. Y como intentes limpiarlo es peor. Por que lo único que haces es repartir aun más la mierda que tiene el cristal. Con lo que a los cinco minutos tienes otra vez el vaho, acompañado de las marcas de tus dedos recorriendo el espejo.

La luz de los coches se refleja en el asfalto. Y te da de lleno en la cara. Dejándote ciego.
Las calles se llenan aun más de coches, el tráfico se vuelve insoportable. De las cuatro y media en adelante, es imposible acercarse al centro. Ni a un colegio. Los días de lluvia, todas las mamas y los papas, preocupados por la salud de su progenie, acuden en masa a recogerlos a las puertas de los colegios. Acuden con sus flamantes cuatro por cuatro, que dejan aparcados en doble fila. No recogen al niño en la propia clase, por que no pueden entrar con el coche.
Y se lían unos cacaos...

Luego esta el tema de los pasos de cebra. Como se te ocurra pisar uno al doblar una esquina, el camión se queda literalmente, sin dirección. Tu giras el volante, pero el sigue derecho, a su rollo. Si quieres que pase por donde tú le marques, tienes que estar pendiente de soltar el acelerador al pisar la pintura de los pasos de peatones.
Y no es que no me guste conducir cuando llueve, que me gusta y mucho. Es que saber que a la mas mínima equivocación tuya puedes hacerle mucho daño a unas personas que pasaban por ahí, tiene su aquel...
Que un secretario se equivoca y repite lo que este haciendo. Pero si yo me equivoco espachurro tres coches y no es lo mismo.
Los tiempos de salir a la carretera a se me pasaron. Cuando circulas por la autopista, con cuarenta mil kilos de vehículo empujándote por la espalda, con cientos de kilómetros por delante, te da igual que llueva o haga niebla. Tú vas a corte. A la velocidad que te permite el limitador. (Si lo llevas)
Ahora cada día hago siete horitas conduciendo sin salir del núcleo urbano. Y se hacen largas. Ya se que no tengo derecho a quejarme, cuando los portugueses a los que se les ha hundido el puente bajo sus pies hacían hasta dieciséis horas al día.
Pero es que lo que trabajan los demás, a mi no me cansa. A mi me cansa lo mío.
Y os puedo asegurar que andar por la ciudad, con un camión, cansa bastante. Quizás no físicamente. Pero hay días, cuando me toca el centro, que cuando me bajo de mi maquina, no me apetece coger el coche, ni para irme a mi casa.
Que estoy hasta los co**nes de conducir.
Supongo que a los directores de banco y a los informáticos también les pasara...