viernes, enero 27, 2006

Adán y Eva

Antes de nada. Gracias Guillermo.
Después, dos cosas.

Primera: Antes de seguir leyendo esto, asegurate de tener colirio a mano.
Si tienes el teléfono de la óptica a mano, ves reservando hora. Te hará falta.

Segunda: No se me ocurre ningún aviso importante mas. Si llegas abajo del todo, comenta algo. Aunque solo sea por demostrar el esfuerzo y tiempo empleado.
El autor, como muestra de agradecimiento, le rezara una novena a Nuestra Señora de las Chancletas por la salvación de tu alma.

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Adán lo sabía.
Sabía que esa misma noche iba a asesinar a su mujer.
Había estado planeándolo durante mucho tiempo. No se iba a echar atrás ahora. No podría soportarlo durante más tiempo.

Había comprado todo lo necesario el mes pasado, en el supermercado de la capital, para pasar desapercibido. Esas cosas, en un pueblo pequeño, llaman demasiado la atención. Todos sus vecinos conocían sus hábitos y comprar algo fuera de lo común, le costaría dar demasiadas respuestas para justificarlo.

La noche anterior, Adán no había dormido nada. Se pegó toda la noche en vela, valorando las opciones, los pros y los contras del acto que estaba apunto de cometer. A eso de las tres de la madrugada, harto ya de dar vueltas en la cama, se levanto. Se puso el pijama en silencio y sin encender la luz, para no despertar a Eva. Salio al comedor y busco lo necesario para escribir una carta. Se sentó en la mesa del comedor y se puso a mirar los folios en blanco.

Adán nunca había escrito una carta. Hoy tenia que escribir dos.

Una era para su hijo. Una despedida. A su hijo no le hacia falta explicarle las razones.
El le comprendería. Fue mas bien un para aclarar un par de cosas, relativas a papeleos, herencias, la llave del gas, la de la luz y la del agua. Por cuanto podría vender todo... y quien del pueblo, podría estar interesado.
Y desearle suerte en la vida.

La otra carta era más difícil. Era para las autoridades. Explicaciones. Una justificación de sus actos y una demostración de su plena lucidez mental. En la carta asumía la total responsabilidad del acto cometido.
Pero poco más ponía. Por más que lo intento, no fue capaz de explicar los verdaderos motivos que le llevaron a cometer aquello.

Para cuando amanecía, Adán sellaba las cartas y las dejaba preparadas encima de la mesilla de noche.
Se fue a la cocina y puso a calentar un vaso de leche, se lavó la cara con agua fría (siempre agua fría) y se peino. Volvió a la cocina y se bebió la leche, con un par de galletas. Se vistió en el comedor para no despertar a Eva y volvió a la cocina.
Preparo una papilla de frutas en un bol. Lo dejo preparado en el microondas.
Fue al baño, preparo una palangana con agua caliente, las esponjas, toallas, un pañal y los polvos de talco.
Ya estaba preparado para despertar a su esposa.

Entro en la habitación y abrió las persianas. Puso en marcha la radio a un volumen bajito y despertó a su mujer con cariño. Le acaricio la cara mientras le hablaba, con todo el cuidado del mundo. Poco a poco le fue ayudando a despertarse. Procuraba estar siempre alegre y animado con ella. Pero cada día le resultaba más difícil. Le cambio el pañal, la lavó de arriba abajo y la vistió.
La sentó en la cocina, calentó la papilla y mientras se la daba, escuchaban las noticias.
Le quito el babero, recogió la cocina y se llevo a su mujer a dar el paseo matutino.
Era una mañana preciosa. Como había llovido algo durante la madrugada, la atmósfera estaba limpia. Todo brillaba con un color nuevo, mas calido. La luz iluminaba todo de otra manera. Daba la impresión de estar dentro de una postal.
Fue poco a poco, dando la vuelta de cada día. Pasaban por la panadería, por el kiosco y por la plaza, donde se paraban un momento a descansar. Adán, siempre que el tiempo se lo permitía, aprovechaba para leer la prensa allí. Sentado en la plaza.
Al llegar a casa sentó a Eva en su mecedora. Siempre la ponía en el mismo sitio. Tenían una enorme cristalera con unas vistas del puerto del pueblo.
Adán recordaba muchos domingos por la tarde pasados allí. Charlando con ella.
O callados los dos, cada uno distraído en su propia afición. Ella adoraba leer, el mientras, disfrutaba montando alguna maqueta de barco. Y así pasaban toda la tarde callados, pero disfrutando cada uno de la presencia del otro.

Pero eso era antes de la enfermedad.
Ahora ella no hablaba.
Nunca.
Ni demostraba el más mínimo signo de inteligencia.
No era más que un cuerpo vacío. Un maniquí. Una especie de caparazón que cubría a la persona que había dentro. Pero que ya no estaba ahí.
Como el capullo que cuelga vacío de una rama, justo cuando lo ha abandonado la mariposa.
En eso se había convertido Eva.

Adán abrió las ventanas de las habitaciones, hizo las camas (hace tiempo que dormían en distintas camas). Recogió la ropa sucia, puso una lavadora y barrio la casa.
Después cerró las ventanas.
A mediodía hizo la comida de los dos, paso por el turmix la ración de Eva, se la dio y después la acostó, para que durmiera la siesta. Entonces y solo entonces se pudo sentar a comer el.

Recogió la mesa, lavo los platos y se sentó a resolver el crucigrama del periódico.

Aprovecho el rato del que disponía para poner más en orden su casa. Prepararla para la entrada de desconocidos, adecentarla y dejar en orden hasta el más mínimo papel.
Cuando termino se fue a la cocina, preparó dos manzanas, las lavó, las partió en pequeños trocitos y las puso en un plato. Cuando las tuvo listas, fue a despertar a Eva.

Estaba preciosa. El paso del tiempo no la había estropeado. Mas bien al contrario. Su piel, con el paso del tiempo había adquirido un color más oscuro, sin duda alguna provocado por las largas jornadas de trabajo al aire libre. Alrededor de los ojos, tenía algunas arrugas, pero lo único que conseguían era enfatizar aun más su mirada.
Le habían salido algunas canas, pero le daban un aire más interesante.

La despertó con un beso. La levanto, la peino y le dio la merienda.

A media tarde bajaron al puerto. Cogían el camino largo, para evitar dos tramos de escaleras. Adán tenía miedo no fuera a caerse Eva. Adán no tenía ya los brazos como cuando era joven, y no sabia si seria capaz de soportar el cuerpo de su mujer, si esta tropezaba en las escaleras. Prefería dar un rodeo de diez minutos, a verse en la situación de despejar la duda.
Caminaron un ratito por la playa, y se sentaron a tomar e sol en el espigón del puerto.

Allí Adán no pudo contenerse y se echo a llorar. Recordaba como le gustaba a ella aquel sitio. Aquel había sido su rincón. Allí compartieron alguna botella de vino y muchas risas. Algunos llantos también fueron vertidos en aquel escondite y al recordarlos no pudo contenerse.
Algo mas tarde, ya recompuesto el aspecto, se paro a echar un vasito en lo del Pedro.

Pedro era su único amigo, los demás, eran meros conocidos. Se conocían desde siempre. Habían pescado juntos en muchos barcos distintos, bajo el mando de varios capitanes e incluso habían vivido juntos un naufragio.

Cuando estaba con el, no hacia falta llenar el ambiente de palabras huecas. Con Pedro, podía disfrutar del silencio. Y además, ya casi no les hacia falta cruzar ni palabras. Una especie de conexión mental los unía. Un simple gesto, una mirada era interpretada en su sentido correcto.
Al jubilarse, Pedro monto una especie de bar. Y Adán pasaba por allí a menudo.
De hecho era bastante común verlos allí a los tres solos. Ellos dos eran casi su única clientela. Un par de veces por semana, Pedro preparaba la cena para los tres, cerraba la persiana de la calle y se quedaban allí los tres. Cenando.
Recordando viejos tiempos.

Nada mas entrar al bar, Pedro le sirvió un chatillo de vino.
Y siguió fregando los vasos, absorto en la radio. Adán lo llamó

-Pedro.
-¿si?
-Adiós.
-¿Es esta noche?- dijo Pedro dejando inmediatamente el vaso que tenia entre las manos.
-Si
-¿Estas completamente seguro de lo que vas a hacer?- Le pregunto, mientras se rascaba la cabeza. Lo estaba mirando con los ojos bien abiertos y con una mirada rara. Las lágrimas asomaron a sus pupilas. Sabia que ese adiós era definitivo, ya lo habían hablado antes.
-Si

Pedro salio de detrás de la barra, secándose las manos en el mandil. Le dio un beso en la mejilla a Eva. Se separo un par de metros y le echo un último vistazo. Tuvo un especial cuidado por archivar en su memoria cada pequeño detalle de aquel cuerpo. Cuando se aseguro de que lo recordaría para siempre, se dirigió hacia Adán. Lo que empezó como un apretón de manos acabo fundiéndose en un abrazo largo y profundo.
Un abrazo de esos que no se pueden fingir.
No hacía falta decir nada. Los dos se conocían demasiado bien como para saber que no serviría de nada intentar convencerlo de que desistiera.
En el fondo, Pedro, pensaba que Adán, hacia lo correcto.

Cuando se separaron nadie dijo nada. Simplemente Adán se dio la vuelta, agarro a Eva por el brazo y caminaron hacia la puerta. Al cerrarla, Adán escucho como Pedro preparaba una botella de vino y un vaso. Supuso que esa seria su despedida particular.
Arranco a andar hacia casa, con una media sonrisa pintada en la cara.

Al llegar a casa preparo la bañera.

Enchufo el calefactor y espero a que el baño adquiriera la temperatura deseada. Entonces entró a su mujer, la desnudó y la metió en la bañera.
Se quedo mirando aquel cuerpo. Cada centímetro de piel le era familiar. No había una sola peca, ni una cicatriz, que el no tuviera perfectamente cartografiada. Era una linea de costa que Adán, había recorrido miles de veces.
El sabia que si pasaba la yema del dedo, con cuidado, por aquella cicatriz, Eva sentiría un escalofrío. Sabía donde debía pulsar para provocar cosquillas. Sabia de memoria donde estaban exactamente los doce lunares que su mujer tenia distribuidos por el cuerpo. Sin mirarla.

Sin dudar.

Se lo pensó dos veces y decidió desnudarse.

Se metió con ella en la bañera.
Primero fue la higiene. Le lavó el pelo con el champú que ella usaba antes de que empezara la degeneración. Aquel champú tenía un fuerte aroma a melocotón. Adán siempre que se comía un melocotón, se acordaba del pelo de su mujer.
Cuando estuvo perfectamente aclarado, paso al cuerpo. Cogió la esponja, le puso un buen chorreón de jabón y repaso toda la piel de Eva. Frotó enérgicamente en algunos sitios y con sumo cuidado en otros. Descubrió una rozadura en el codo de su mujer, tomo nota mental, para curarla mas tarde y cuando estuvo seguro de que ella estaba bien limpia, la aclaró.

Entonces se lavo el. Un chorro generoso de jabón en las manos, sin esponja, y a frotarse.
Desde la cabeza a los pies. Un chorro rápido para quitar la espuma y ya está.
Limpio.

Después se dedico a observar a su mujer. Siempre le había gustado mirarla desnuda. Y a ella siempre le había dado vergüenza. Siempre que lo descubría mirándola, se tapaba rápidamente y hacia alguna broma.
No es que fuera una mojigata. En la cama, Eva siempre se había entregado con locura. Con locura y un puntito de perversión. Siempre había resultado endiabladamente atractiva para el.

Noto que algo despertaba en el y sonrió. Era normal. Desde que Eva se sumergió en esa locura el no había mantenido ninguna relación. ¿Cuanto tiempo hacia ya? ¿Cuatro años? ¿Cinco?

El hecho de que se enfriara el agua, le sacó de sus ensoñaciones. Rápidamente cerró el grifo. Sentó a Eva en el suelo de la bañera. Salio del agua, acomodó mejor a Eva y se secó.
Se colocó la ropa interior, preparó una toalla limpia y sacó a su mujer del agua.
La secó, le curó la rozadura del codo, le puso talco, el pañal y su pijama. La sentó en la mecedora, le puso una mantita por encima, encendió la radio y se volvió al baño.

Adán se afeitó esa noche con un cuidado especial. Con las pinzas, se quito algún pelo suelto del entrecejo y recogió el baño. Con una toalla, enjuagó los grifos, para que no les quedaran manchas de cal. Puso las toallas en el canasto de la ropa sucia y abrió la ventana para que se ventilara el ambiente.
Al salir, se aseguró de cerrar bien la puerta, para que no se enfriara el resto de la casa.

Le echó un vistacillo rápido a Eva, para comprobar que todo estaba en orden y se fue a la cocina.
Preparó la cena, pasó por el turmix la ración de Eva, troceó un plátano para el postre y le dió de comer.
Después cenó el.
Recogió la mesa, fregó los cuatro cacharros y se sentó en el sofá.
Encendió la tele y se buscó un canal donde dieran noticias.
De golpe no pudo reprimir una carcajada. Cuando terminó de reír, dijo por lo bajini:

-Ahí os quedáis, capullos. Que os den.

Se levantó, encendió la radio y se dedicó un ratillo a sus maquetas. Le sabía mal dejar esta a medias. Era un buen barco.
Cuando se hartó se levantó, recogió sus cosas, ordenó el comedor por última vez y se fue con Eva a la habitación. La acomodó en su cama y saco una bolsa del armario.
De la bolsa sacó un brasero y de debajo de la cama un saquito de carbón, que ya tenia preparado de antemano.
Recordó que los rollos de precinto estaban en la galería, junto a su caja de herramientas. Fue a buscarlos.
Volvió con ellos a la habitación y se entretuvo en sellar perfectamente las juntas. Colocó el precinto de una manera metódica. Para el aquello era casi un ritual. No debía entrar nada de aire en esa habitación.
Para la parte alta, le fue necesario subirse a una silla. Cuando terminó descansó un poquito. Lo justo para echarse un pitillo en el comedor.
Mientras fumaba, buscó la linterna. Con ella en la mano, cortó el gas, cerró la llave de paso del agua y por ultimo, cortó la luz.
Volvió a la habitación sumido en la penumbra. No le hacía falta todavía encender la linterna. Conocía el camino a la perfección. Podría cruzar toda la casa con los ojos vendados. Sabe donde esta cada cosa. Cada posible obstáculo con el que tropezar, esta perfectamente anotado en su mente.
¿Qué será de su casa después?

Vuelve a la habitación, cierra la puerta, enciende la linterna y sella con el precinto toda la junta. Cuando acaba con la puerta, enciende el brasero.

Completamente a oscuras termina de acostar a Eva, la tapa, le da un beso de adiós y se va a su cama.
Solo le queda echarse a dormir.

Sabe que se dormirá y ya no despertara más. Sabe, que la combustión del brasero, dejara la habitación sin oxigeno. Pero le da igual. No se dará cuenta. Antes habrá caído en un dulce sueño. Que será el último.

Por fin podrá descansar.

Justo cuando notó que empezaba a perder la conciencia dijo:

-Eva, te quiero.


-Yo también te quiero, Adán

No podía ser.

Lo había escuchado perfectamente. Con el tono de voz de Eva y con la forma tan musical que tenia ella de decir las cosas.
Entonces escucho como ella se ponía de pie.
Era imposible.
Pero era demasiado vivido, demasiado real.
Notó como se deformaba el colchón de su cama al sentarse ella. Notó como apartaba las sabanas y se acurrucaba a su lado.

Encajaron los dos, uno en otro. Ella se tumbo de espaldas, incitándole a coger la postura en la que siempre dormían cuando ella estaba bien. El, encajó sus rodillas en las corvas de ella. Puso su brazo sobre sus nalgas y acerco la cara a la nuca de Eva. El le calentaba los pies y fue feliz, disfrutando ese momento. Así estuvo todo el tiempo que fue capaz de aguantar consciente.

Sabia que se trataba de una alucinación, posiblemente debida a la falta de oxigeno. Sabia que el estado de ella era irreversible, que lo que estaba notando era un desvarío. El daño neuronal que ella sufría, era demasiado grave como para tener algún momento de lucidez. Pero le daba igual.
Estaba con ella.
Su último pensamiento consciente fue el intenso aroma de melocotón maduro que emanaba del pelo de Eva.

A los dos días, Pedro, extrañado por la falta de su amigo (eso fue lo que le dijo a las autoridades) encontró los cadáveres.

5 Comments:

At 1/27/2006 10:43 p. m., Blogger Deyector said...

no podía parar de leer, ni pizca de largo, plas plas plas

 
At 1/27/2006 10:54 p. m., Blogger Guillermo said...

A pesar de haberlo visto me lo he vuelto a leer, que bueno es. Y luego dices que te cuesta escribir, pues menos mal.

Y lo que dice Deyector, historias así no se hacen largas.

 
At 1/27/2006 11:45 p. m., Blogger Peppermint said...

Al principio encontré algunas partes que -creo- que eran demasiado reyeno, pero conforme iba leyendo me pareció que todo lo ibas encajando con facilidad, me alegra que te dediques a escribir cosas como ésta.

Una historia romántica y agridulce.

 
At 1/28/2006 3:00 p. m., Blogger Toxcatl said...

es una historia de amor preciosa, impresionante
un fuerte aplauso

 
At 1/29/2006 10:05 p. m., Anonymous Anónimo said...

...

 

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